DUELO: SEGUIR VIVIENDO, ESTA VEZ EN SOLITARIO

El duelo por la muerte de un ser querido es una experiencia devastadora, no sólo por la pérdida del compañero/a, sino también por la desestructuración en la vida de la persona, que muchas veces se siente incapaz de seguir adelante.

Es bastante frecuente la experiencia de mujeres/hombres que se quedan viudos/as y no saben reorganizar su vida en solitario.  En estos casos los hijos, con toda su buena voluntad de ayudar a superar el drama, acogen a la persona que se ha quedado sola pensando que es lo mejor para ellos. Pero, ¿realmente lo es?

La persona que se ha quedado viuda tiene que superar sus primeros momentos de dolor, en fases que más o menos siempre se repiten, y desgraciadamente van a soportar la soledad y la ausencia, sin embargo, estas personas si no son mayores ni dependientes, deben buscar una nueva forma de vida que pueda ayudarles a encontrar vías de ocio y socialización.

Si se refugian en la casa de los hijos, probablemente adoptarán un rol de dependencia y será más difícil que intenten buscar una autonomía personal.

Esta situación no es buena para ellos, y a la larga tampoco los hijos, porque puede suponer una fuente de disputas en la convivencia con su pareja.

Animarles a que se apunten a actividades, a grupos sociales de mayores, que acudan a excursiones, que vayan a pasear al parque o que frecuenten a sus amistades, les hará descubrir un mundo en el que se puede disfrutar, a pesar de la pérdida irreparable que han tenido.

Obviamente, hay que respetar las fases del duelo, pero permitir que una persona se estanque en una de ellas, lo hará patológico y toda la familia se verá envuelta en patrones de relación que no son son sanos y pueden resultar fuente de tensiones al perder la autonomía y sentirse culpable cuando se realizan actividades dejando a la persona viuda "de lado". 

Tras el duelo hay que aprender a vivir en solitario

La mayor necesidad de ayuda al viudo o viuda será en las dos primeras etapas, y hay que evitar que caiga en la de retraimiento, una vez que es consciente de la pérdida hay que alentarle a que realice actividades o comience a tener una vida que le produzca satisfacciones y le haga evitar el aislamiento o la dependencia respecto a sus familiares. 

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RUPTURA DE PAREJA: EL ALMA DEVASTADA

Una ruptura de pareja, aunque sea la mejor opción que pueda tener una persona para llegar a ser feliz, supone pasar un período de intenso dolor y desesperanza respecto al futuro.

Dentro de una pareja, la persona encuentra un refuerzo positivo en algunos aspectos fundamentales para el ser humano: sentirse acompañado (no estar solo en la vida), no percatarse de su propia soledad o aislamiento en caso de haber dejado de lado su vida anterior (ocio, amigos), sentir que camina junto a alguien.

La ruptura, aún siendo deseada o necesaria, produce un sentimiento de caos emocional en la persona: se encuentra perdida y experimenta dificultades para reorganizar su mundo personal (emocional y social). 

El miedo atenaza, la desesperación por no saber cómo salir de esa situación y entonces aparece la idealización de la pareja perdida, omitiendo todos aquellos aspectos negativos y dolorosos de la relación: se empieza a pensar que tal vez se esté mejor acompañado que en soledad, y no se contempla la posibilidad de mejoría a largo plazo (ese corto plazo que nos lleva a todos por tan malos caminos). 

El inicio de terapia con estas personas es difícil, tanto porque no son capaces de analizar el pasado con objetividad, como los pensamientos catastrofistas respecto al futuro. El "yo puedo" no suele ser parte de su vocabulario, y eso les dificulta, les lastra en su proceso de recuperación.

Utilicemos un símil (siempre vienen bien en terapia):

Imaginemos que teníamos un pequeño jardín: había flores y muchas hierbas malas. Era un jardín que no podíamos disfrutar porque las ortigas lastimaban nuestras piernas. A veces veíamos flores bonitas, pero en la mayoría de las ocasiones era un jardín al que no podíamos acceder.

malas hierbas.jpg

 Nadie quiere un jardín así. Tal vez sea necesario coger nuestra pequeña parcela y sanearla: es la ruptura.

Tras esa ruptura nos encontraremos con una parcela de tierra, en la que todavía hay alguna mala hierba (nuestros pensamientos torturadores, el anhelo de una relación, la desesperanza respecto al futuro). Ya no hay ortigas, sólo malas hierbas, que tendremos que arrancar pacientemente hasta dejar la tierra sana.

tierra siembra.jpg

 Aún no es hermoso, no nos gusta nuestro jardín vacío de todo.

Empecemos la terapia entonces.

Sembremos.

Cuando se siembran semillas, el trabajo es arduo y no hay una recompensa inmediata. Trabajamos duramente sin recibir ningún fruto, ninguna flor, sólo la expectativa, la ilusión de que" algo hermoso brote. Este es el núcleo de nuestra terapia: sembrar, trabajar de cara al futuro. Elegir y diseñar nuestro jardín, soñar con cómo será, sin saber exactamente cuándo lo veremos florecer.

Y poco a poco, ese jardín personal irá llenándose de todo aquello que hemos plantado. Pueden morir algunas plantas, puede que algún árbol no de buenos frutos, pero puede que algunas de las flores nos sorprendan con su belleza.

Sera nuestro jardiín, probablemente no perfecto, pero si nuestro, agradable de ver y de disfrutar. Un jardín que no daña, que no hiere, y del que podemos sentirnos orgullosos hasta del último de sus frutos.

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 Trabaja a largo plazo, siembra, sueña, aguanta el tirón de los malos momentos y no te quedes en el pasado o en el presente doloroso.

Si te hicieron daño, recuerda a Scarlatta O'Hara, y en tu campo sin fruto, levanta un puñado de tierra hacia el cielo y grita: "A Dios pongo por testigo que luchare para labrar mi propia felicidad"

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